Comunicación Social | Universidad Mariana | ISSN- 2981-3832
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Carnaval no Carnaval
Carnaval no Carnaval

Por: John Jairo Rodríguez Saavedra | Arte: Miguel Garzón


5 DE ENERO de 2021: Cerca del mediodía, en el centro de Pasto, parece más un martes de junio, o de septiembre, que de enero. En otros años, a esta hora, la plaza de Nariño estaba abarrotada. Había tarima con música y personas jugando a pintarse, a echarse harina, o talco. Ahora, nadie juega. Muchos caminan cotidianamente, hacen vueltas de banco, compran cosas, se aburren, y los tarros pequeños de plástico en sus manos ya no llevan cosméticos de colores sino alcohol, gel u otro desinfectante. “Esta noche juega River con Palmeiras”, le dice un joven de chaqueta azul a su amigo que tiene al lado en una de las bancas cercanas a la estatua de Antonio Nariño. Hace un año, cuando había Carnaval, seguro a muy pocos les importaba un partido de fútbol entre dos equipos extranjeros porque había cosas para hacer: jugar, pintarse, echarse harina, o talco, bailar, tomarse un trago.

Frente a la sucursal de Bancolombia de la Plaza de Nariño, pasa Sofía Yandar, pastusa, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Bogotá. “La verdad, no siento que el año nuevo empezó porque nosotros inaugurábamos el año con el Carnaval. Ahora me da la impresión de que el año no ha empezado”, me dice. Y atravesando la plaza, en dirección al centro comercial Sebastián de Belalcázar, va Iván Medino con su esposa Ángela Enríquez y su pequeño hijo Marco Lorenzo. Ángela es pastusa e Iván uruguayo. Él estuvo en Pasto tres años y vivió dos veces el Carnaval aquí. “Dos años maravillosos, pero ahora se siente la falta de Carnaval. El Carnaval es el espíritu de la ciudad. Esto es lamentable”, dice. Para Iván los Carnavales son familiares. En su natal Montevideo en donde según él el Carnaval dura 42 días, cuando tenía 20 años, participó en uno con el grupo Homo Sapiens y más de una vez se ganaron el primer premio.

Hasta un maniquí masculino de jean, chaqueta azul y camisa a cuadros ha salido. Está con tapabocas, de pie, fuera de la boutique Tendencia’s al lado del pasaje Corazón de Jesús. Hace un año no. Los maniquíes en el Carnaval no salían.

Todas las presentaciones de este Carnaval se hacen en la Concha Acústica Agustín Agualongo, en el barrio Aire Libre, lejos de la plaza de Nariño. Es algo así como hacer una fiesta en casa, pero no en la sala sino en el cuarto de San Alejo. Entonces, tomo un taxi y me voy a la Concha Acústica. Allí hay reporteros, personas encargadas de las transmisiones que se hacen en vivo virtualmente y artistas. En una de las graderías está sentado Hernán Córdoba, artista plástico y artesano del Carnaval quien para esta ocasión y como parte del proyecto del maestro Boris Arteaga estuvo dos semanas y media pintando el piso de la Concha Acústica. En la obra de 20 metros de ancha por 20 metros de larga, se pueden ver a dos guardianes ancestrales danzando entre el volcán Galeras y la laguna de la Cocha. “A mí se me han ido las lágrimas en algunos momentos”, me dice Hernán. Y efectivamente, cuando vio ensayar una escena en donde se muestra a la gente peleando por los puestos para ver el desfile magno del 6 de enero y diciendo “ya viene, ya viene”, y después “esa es, esa es”, Hernán lloró.

A las 2.30 p.m. en el restaurante Casa Nariño, a una cuadra de la avenida Panamericana en la carrera 35, hay tres parejas y cuatro personas solitarias almorzando. Allí suena Richie Ray y Bobby Cruz, y después el Gran Combo de Puerto Rico, pero ninguno se mete la música en el bolsillo para llevársela a su fiesta, como en años anteriores en estas fechas. Ahora, pasan por encima de ella, pagan la cuenta y se van, como si nada. Minutos después de las 8 p.m., el gobernador de Nariño, Jhon Rojas, en un vídeo institucional anunció las medidas del decreto 01 de 2021. La alerta roja hospitalaria declarada en la ciudad de Pasto, la alta ocupación de camas de cuidados intensivos y los más de mil fallecidos por COVID-19 en el departamento lo obligaron a declarar el toque de queda del 6 al 11 de enero entre las 4 de la tarde y las 4 de la mañana del día siguiente, además de prohibir el expendio y consumo de bebidas alcohólicas.

6 DE ENERO DE 2021: Hoy no puedo entrar a la Concha Acústica. Vanessa Obando quien hace parte de la organización me escribe en un mensaje de WhatsApp que por exigencia de los protocolos es imposible. Entonces me voy a la plaza de Nariño. Allí me encuentro con Luis Albeiro Burbano, pastuso, de 35 años. Va con su carrito vendiendo tapabocas de tela estampada con figuras de Winnie Po, Peppa Pig, el hombre Araña. Que le da tristeza y nostalgia ver hoy a la plaza así, me dice; que antes en estas fechas vendía ponchos, sombreros, carioca y talco, pero que ahora no es lo mismo. Hasta un maniquí masculino de jean, chaqueta azul y camisa a cuadros ha salido. Está con tapabocas, de pie, fuera de la boutique Tendencia’s al lado del pasaje Corazón de Jesús. Hace un año no. Los maniquíes en el Carnaval no salían. Se quedaban adentro, a puerta cerrada, luciéndoles sus ropas a la nada, mientras sus dueños celebraban la fiesta más importante del año en la ciudad.

Si nos pegamos al concepto de la UNESCO en 2009 cuando declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad al Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, esto de ahora no es un Carnaval. Porque según ese concepto, la esencia del Carnaval es el juego, y ahora no hay juego. El juego caricia, como le llama la investigadora Lydia Inés Muñoz Cordero a la acción de untarle al otro cosmético en las mejillas y en otras partes de su cuerpo, hoy no está. El arte musical, plástico, pictórico, escultórico, verbal y escénico del Carnaval, sí está, pero se muestra en pantallas, a la distancia. Javier Rodrizales, profesor del Departamento de Humanidades y Filosofía y director de la Maestría en Etnoliteratura de la Universidad de Nariño, mientras vemos la plaza me dice que lo que siente no me lo puede expresar con palabras. Se nota nostálgico y me dice que la virtualidad llegó en esta emergencia para quedarse, que de ahora en adelante habrá que pensar más al Carnaval porque este no está sólo para jugarlo, para sentirlo, para bailarlo, sino también para filosofarlo y para poetizarlo.

“Excelente presentación. Dios bendiga a todos los que hicieron posible ver el Carnaval sin importar los impedimentos”.

Juliana Chamorro, integrante de la agrupación Feed Blak que canta Post Rock, Grunge, Groove Rock, Metal y Noise, se presentó en la Concha Acústica el 3 de enero en Rock Carnaval que esta vez coincidió con el canto a la tierra. Hace un año también participó del Carnaval con su banda. Dice que aquella vez, sin pandemia, la entrada al escenario fue un caos, que los equipos estaban llenos de talco, que la gente la empujaba, que había euforia. Este año en cambio no había público y se sintió rara de cantarle a un espacio vacío. Gloria Ximena Garzón, directora administrativa de Cultura de la anterior administración departamental, desde su casa del barrio San Felipe me contó que sintió tusa y espera que en próximos años se pueda salir, no masivamente como antes pero sí en los barrios porque para ella cuando la gente se toma la calle, el Carnaval alcanza su sentido. Con todo, cuando vio una de las transmisiones del Carnaval en internet, se calmó un poco. Saber que 16 artistas del Carnaval estaban trabajando para construir la escenografía le dio algo de tranquilidad.

A las 5:15 p.m., en la transmisión de la página de Facebook del Carnaval de Negros y Blancos de Pasto 2021, había casi 4 mil personas conectadas. Francisco Martínez, quien estaba viendo la transmisión comentaba: “Excelente presentación. Dios bendiga a todos los que hicieron posible ver el Carnaval sin importar los impedimentos”. Más de mil nariñenses no pudieron ver este Carnaval atípico. El COVID-19 se los llevó.

Ayer, frente al Parque Infantil había dos montoncitos de polvo blanco regados en una de las aceras. Nunca supe si eran talco de algún nostálgico que insistía en jugar el Carnaval o la harina que le encargaron comprar a alguien para hacer tortillas y que se le regó.