Comunicación Social | Universidad Mariana | ISSN- 2981-3832
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Educación como práctica pedagógica de la libertad
Educación como práctica pedagógica de la libertad

“¿La Educación no era para pensar por uno mismo?” —le cuestiona un profesor a sus superiores, refiriéndose al carácter de enseñanza escolar en la secundaria. 

—“Prepáralos para la universidad y lo demás se soluciona sólo” —responde el último. 

“¿Acaso el papel de la educación no es, primero que todo, formar librepensadores con conciencia crítica?” —podría preguntarles un estudiante a los responsables de la educación actual.

“Hay que educar para la performatividad y para la eficiencia del sistema!” —responderían, la mayoría de las veces, muchos educadores.

Es posible perfilar dos maneras de entender la educación y sus funciones. La primera pone el énfasis en la conservación del orden establecido y considera como lo más urgente el instruir a las personas para que sean capaces de ajustarse a la maquinaria social vigente y aportar sus energías a la misma. Y bajo esa forma de educar, lo que más se valora es la información. Y la información ¿para qué? La información para acceder a la Universidad, y la información en la Universidad ¿para qué? Para la vida laboral. Y la información en la vida laboral, junto con la capacidad imaginativa y la innovación, ¿para qué? Todos estos interrogantes llevan a una única y contundente respuesta: para reproducir el orden existente y acrecentar la potencia de sus dinámicas de acción. De acuerdo con esta mirada, cualquier potencialidad de las facultades humanas queda reducida a lo mismo: a la pasividad y al círculo vicioso de lo establecido.

La segunda de las miradas de entender la educación, en cambio, pone el acento en el pensamiento autónomo, más que en la obediencia, en la creatividad libre y en el papel activo del sujeto, más que en la pasividad. Ciertamente que la educación es tal en la medida en que ofrece al individuo las herramientas indispensables para adaptarse a su entorno y para convivir con él, asimilando los valores de su mundo social. Pero, en el momento en que la educación se olvida del pensar por sí mismos y de la necesidad de fomentar las capacidades que tiene el sujeto, en tanto que es pensante y sensible, para el cambio y la renovación de la realidad, cualquier esperanza de construir “otros mundos”, de revoluciones y de nuevas maneras de vivir, se pierde.

Ser pensante y sensible porque la sensibilidad es un ingrediente fundamental del cultivo de sí: el ser capaz de abrir los sentidos y los afectos ante nuevos matices de la realidad y ante nuevas posibilidades; ¿cuál otro si no este es el significado de la tan hermosa expresión: “carpe diem”?… Aprovecha el día, sácale el jugo a lo que te rodea, juega con el universo, asómbrate, mira, crea puentes con los insospechado y contribuye con la luz de tu consciencia y de tus sentimientos a que el mundo y la vida sean cada vez mejores y más ricos.

La construcción de una Cultura del Buen Vivir y forjar una sociedad en Paz, a través de un proceso de cualificación humana y formativa profesional, es uno de los intentos más bellos y elaborados que pone de manifiesto el verdadero carácter de la Educación, carácter que consiste en prepararse para aprovechar el día, en el sentido más pleno y amplio de la palabra: apropiarnos de las infinitas posibilidades que tenemos por el simple hecho de ser humanos y de vivir en un mundo que nunca perderá la capacidad de sorprendernos, que nunca dejará de exigirnos mucho más que una ofensiva conformidad y una vulgar pasividad.