Por: Leonardo Esteban Bastidas Montenegro y Santiago Quiñones Calle | Arte: Jhon Sebastián Castro Guerrero
“En palabras obtusas: … Yo sentía que ya no quería nada más con nada en el mundo.
Y solo me puse a flotar, preguntando qué debo hacer”.
Sebastián Pinchao
Atacames, Ecuador. 13 de octubre de 2013. Sebastián llevaba días contrariado. Había trabajado en su tesis “Errancias” de la licenciatura en Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño. Se trataba de un libro de cuentos. Era una tesis confusa, casi sin rumbo fijo. Gracias a una iniciativa familiar, viajó a Ecuador, a pensar cosas. Y en la playa sintió que el mar le hablaba. Flotó, se dejó llevar, casi se durmió en la comodidad del vaivén de las olas. Entonces, allí, en el mar, soñó. En el sueño un hombre regaba mercurio sobre un pez, y se lo comía. Y fue ahí que nació Mercurio Pez, su pseudónimo que se convertiría en la definición de la personalidad de Sebastián Pinchao en los años venideros.
A la merced de las olas sin rumbo, flotas para dejar que las dudas arrasen. De éste, el suceso que provoca el nacimiento de “Mercurio Pez”. Haciendo énfasis en su anécdota “Y el mar me respondió en su propia lengua todo lo que necesitaba. Solo que mi cuerpo lo tradujo con una voz impropia que todavía sigo descubriendo” menciona Sebastián.
En el corazón del barrio Las Cuadras de la capital nariñense, reside Sebastián, un hombre marcado por el mundo fantástico del cuento.
En nuestro camino hacía la casa de Sebastián, a pesar de las condiciones climáticas, se lograba sentir en el aire, tranquilidad. Las calles alrededor del hábitat del Pez de Mercurio, emanaban silencio y quietud, contrario a lo que se podría esperar de una casa ubicada justo al lado de un lugar concurrido como lo es la calle 21. La paz era menester de la espera que nos acompañaba, justo al frente de un lugar reconocido llamado Salchiburger, esperábamos a nuestro anfitrión, casi dos años después de nuestra primera entrevista.
Con un cielo pasmado en un profundo gris, amenazando con dejar salir una voraz lluvia, traducida con truenos y relámpagos, la tarde desmejoraba en su condición, y las laberínticas calles, del barrio irónicamente apodado “Las Cuadras”, representan más que una oportunidad, un obsequio de sabiduría.
Los minutos pasaban, y algo inquietos por la próxima entrevista en nuestro cronograma, no podíamos dejar de vislumbrar la enorme entrada a la casa de Sebastián. Enormes rejas de color café que rodeaban todo el lugar, y gruesos escalones de cemento que daban paso a una puerta de vidrio con fríos bordes de metal. Y de repente, un sonido de óxido, rechinaban las bisagras y se tambaleaban los vidrios, frente a nosotros se lograba divisar a quien tanto habíamos esperado por conocer.
Beto, como le dicen sus amigos más cercanos, un hombre moldeado por los años de una vida dedicada al margen de la literatura y la filosofía, de delgada complexión y unos lentes que ocultan una mirada seria. Con un apretón de manos firme acompañado de un rápido abrazo fraterno, Sebastián nos da paso a su hogar a grito de “Sigan adelante, están en su casa”. Siguiendo hacía la derecha del edificio. En el umbral de una puerta estrecha se encontraban una serie de escalones en espiral hacía un segundo piso, aunque desde abajo tan solo se lograban divisar matices de luz amarilla que sobresalen en un techo blanco.
Mientras aún esbozábamos saludos cordiales por tener la oportunidad de conocernos en persona, subíamos los escalones de color leña brillante. Al llegar hasta el tope, el suelo recibió a los visitantes con un fuerte rechinido que daba la bienvenida a la sala. En contraste al lúgubre ambiente de la lluvia próxima que había a las afueras, el hogar de Sebastián era cálido.
Frente a una hogareña mesa de vidrio rodeada por sillas con diseños contemporáneos, se encontraba un enorme sillón de cuero negro, y a su costado, un modesto escritorio marrón repleto de libros de todos los tamaños. Justo en medio como dos piezas fuera de lugar, aparecíamos nosotros, visiblemente emocionados por la expectativa.
Mientras Sebastián tomaba asiento lentamente frente a nosotros, nos da paso a lo que sería un sinfín de anécdotas y momentos que se avizoran al interior de una casa en la que él mismo, y un niño de 15 años convergen en un mismo cuerpo, en un mismo espacio. Con dinosaurios, monos de juguete, artilugios, cartas de tarot y el misticismo que se extiende hasta el comedor que reside en su cocina.
Entonces, se levanta y pasa a beber un vaso de agua desde el mesón de su cocina: “Mi papá tenía el sueño de que yo fuese músico”, dice Sebastián. En ese entonces escuchaba música del cantautor cubano Silvio Rodríguez. Al principio le llamó la atención exactamente la música, pero después, las letras. Sus padres, Nydhia Mercedes Huertas Guerrón y Roberto Absalón Pinchao Villarreal, sentarían las convicciones de un pequeño y, como si fuese un libro escrito, escogerían con anhelo lo que sería el futuro de su hijo.
Continuando el tópico de su infancia, Sebastián habla de Silvio Rodríguez. Dice que le gustaba mucho, un montón, más exactamente. Le recordaba su infancia, pero ese amor no duró mucho, ahora dice que lo detesta. La verdad, lo que le gustaba era lo que decían las letras de sus canciones, lo demás, no tanto.
Cuando aún la internet era una herramienta extraordinaria para el colombiano del común, la necesidad de Sebastián por afianzar su preferencia musical por Silvio, lo llevó a ahondar en aquellas líricas que nunca vieron la luz, “Me empecé a interesar por las escrituras que eran inéditas […] resultaba que eran unas letras muy extrañas, que a mí me empezaron a gustar”. A sus escasos 13, su genuino interés por la música del cubano lo llevó a adentrarse en el mundo de su lírica.
A raíz de los estudios y profundo entendimiento por la escritura de Silvio, se empezó a proyectar él, hasta ese momento desconocido, mundo literario en el que Sebastián buscaba adentrarse “Entonces me puse a estudiarla mucho, ahí comenzaron mis primeros ejercicios de escritura […] que fueron componiendo canciones”.
Haciendo un salto en el tiempo dentro de su relato, Sebastián nos acerca a su adolescencia. Antes de ser cuentero, a sus 15 años, Sebastián hacía parte de Mundo Mágico consecuencia de Doris, su primera novia, quien lo adentra a esta empresa dedicada a la organización y animación de eventos en Ipiales, lugar en el cual se descubrió en el mundo del entretenimiento allá por el 2006, realizando espectáculos de magia, despedidas de soltero y actividades recreativas como payaso, siendo lo más importante, la puerta que le daría paso a uno de sus mayores pasatiempos que, a día de hoy, se han convertido en parte fundamental de su vida: el tarot y el arte de crear cuentos.
Duros eran los años que afrontaba Sebastián mientras pasaba su estancia en aquel mundo mágico, en el cual no todo era tan mágico como él lo imaginaba. Las risas, amores, desilusiones, eran el foco principal de un payaso que hacía reír a las personas bajo una nube densa y oscura que hacía escurrir su maquillaje. Las situaciones y emociones de antaño, serían la puerta de entrada a un universo aún desconocido en ese entonces. Doris fue uno de los moldes que convirtieron a Beto, – una chica de aspecto algo descuidado -, con una vibra punk muy marcada en su interior, con una filosofía de vida desordenada, alocada y deslumbrante hasta cierto punto, abriría las ventanas de nuevas ideologías y prácticas. Con sus ojos llenos de una perceptible nostalgia, dice: “Esta chica es fatal en mi historia, Porque, en Mundo Mágico, ella y yo conocimos nuestra primera baraja de tarot”
Entre disfraces, puestas en escena, cartas, historias ficticias y noches enteras de borrachera, se entrelazaron cual novela de romance, lenta, concisa, fervorosa de placer y momentos que se incrustaron en su mente, difíciles de entender para su corta edad. Esos años fueron un tornado lleno de un desastre emocional. Este amor tan furtivo, explosivo y volátil, dio un nuevo significado a la vida de Sebastián. El sabor agridulce de una relación tan efímera, despertó sus sentidos y emociones más escondidas, en el que la diversión, y el arte de saber contar historias sería el eje central de su futuro.
Gracias a su estancia en Mundo Mágico y de la mano de su amigo “Carioco”, Sebastián tuvo sus primeros acercamientos a lo que sería una de sus principales pasiones, la cuentería. Mientras estudiaba en la ciudad de Pasto, “Carioco” asistía a los espacios de cuentería de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, que para ese tiempo era Galeras Cuenta, y traía como reserva todo lo aprendido a sus compañeros de Mundo Mágico en Ipiales, donde Sebastián y compañía, se aprendían los cuentos para interpretar. Sacudiendo sus manos con entusiasmo durante la narración de aquel momento importante en su historia, Sebastián resalta que aunque tenía una notable afición por dedicarse a la música, su creciente interés por la cuentería lo llevó a lanzarse de lleno: “yo empecé a investigar más cuentos para ser contados, Y entonces a mis 15 años empecé a contar cuentos, Y yo quería hacer cuentos con música”.
Entrado en sus años universitarios, y habiendo llegado a la ciudad de Pasto para estudiar Filosofía y Letras, Sebastián destaca, cómo Galeras Cuenta fue pieza importante en su desarrollo personal desde 2009 hasta 2015: “Me empecé como a obsesionar por el manejo de mi cuerpo en la escena, por conocer mi rostro, mis gestos, por generar un estilo en cómo hablar, en qué contar también y ahí me quedé, 5 años en Galeras Cuenta” menciona Sebastián.
Al mando de Juan, uno de los muchos directores que ha tenido Galeras Cuenta, y un gran amigo de Sebastián, el colectivo pasó por un periodo de expansión y renovación, época durante la cual el grupo visitó distintos festivales de cuentería en todo el país.
Meses posteriores a la salida de Juan de la dirección de Galeras Cuenta, Sebastián y su grupo decidieron realizar un evento de cuentería en la ciudad de Pasto un 3 de mayo de 2012 específicamente en el Teatro Imperial: “Llenamos el teatro Imperial, recuerdo que jamás se había llenado con un evento de cuentería siempre hacía como que llenaba platea y ya. Pero esta vez era una función tan grande que tuvimos que hacer dos funciones. Una acá y otra en la plaza de la Catenaria”, mencionaba Sebastián.

Después de una serie de montajes preparados para el evento, llegó el turno de Sebastián. Con nostalgia en sus ojos y una mirada perdida en el infinito, Sebastián menciona que: “Para esa escena había preparado un cuento y creo que ese es como el inicio de muchas cosas entonces. Ese cuento, y ahí creo que es un cuento bien nuclear, es un cuento que se llama «Retorno de Tomas Fallidas”, la antesala a lo que sería su camino a seguir en el futuro.
Originalmente planteado como una puesta en escena, el montaje “Retorno de Tomas Fallidas”, no tenía nada que ver con el lado literario de Sebastián, al contrario, apuntaba a su sensibilidad musical y a su conexión con la filosofía. La expresión nostálgica que anteriormente había mostrado Sebastián, cambió casi al instante por una algo cómica, para resaltar un punto importante para el relato. Al finalizar la interpretación, Sebastián se llenó de aplausos por parte de los asistentes, pero la dicha duró poco. “Yo sentí que me fue muy bien, o sea, dije, por fin un montaje, me fue muy bien, LO LOGRÉ! Y la gente aplaudió […] Pero entró Juan y me dijo: ¿qué estás haciendo, Sebas? Es lo peor que he escuchado en muchos meses y años” mencionó con gran confusión expresado en un ceño fruncido.
Para Sebastián, “Retorno de Tomas Fallidas”, era una puesta en escena que resumía los años que fueron dedicados al estudio de la filosofía y la meditación que llevó arduamente durante esos años. Analizar a dónde iba su futuro, sus aspiraciones, sus cuentos y lo que amaba, la perdición de un joven que, poco a poco, comenzaba a sentir los golpes de la vida. Sin embargo, no todo fue malo, este suceso provocó un cambio en la visión de Sebastián. La lírica y la música, podían convertirse en una mezcla perfecta para sacar adelante sus proyectos más íntimos.
Mientras el tiempo avanzaba, Sebastián comenzó a pulir su libro Errancias, una compilación de relatos que serían el resumen de su proyecto de grado. Curiosamente, el título de Errancias, fue nombrado así por un cómico error, en el que su pareja de aquel entonces, cometió al confundirlo con otro poeta. Esta inusual e incómoda situación, daría pie al inicio de “una relación muy bonita” como él la describe.
En su libro, Sebastián buscaba afianzar sus conocimientos, ponerlos a prueba en una mezcla de relatos que contenían un gran valor personal y filosófico. Personajes viviendo situaciones que le podrían pasar a cualquiera. En palabras de Beto: “varios personajes están errando, no solamente se mueven, viajan, sino que fallan. Son personajes que fallan en cosas, que tienen pequeños errores y que los errores los determinan, como todo en la vida”.
Sebastián tiene un grato recuerdo de aquellos años que dedicó a la escritura del libro, aunque no fue un proceso fácil, mucho menos cómodo, el tiempo y las circunstancias los han llevado hasta este punto de su vida. Sin embargo, la ciudad no solo ha sido uno de los agentes principales que han tenido peso en la vida de Sebastián, él mismo se ha encargado de darle vida a través de sus poemas y sus relatos. “La ciudad, es en sí, un gran relato, una novela de novelas, una tupida red de narraciones que se entrecruzan y se bifurcan, un gran símbolo, una creación autónoma de la imaginación” dice Luis García Jambrina en un artículo para la revista de nueva literatura Clarín.
Durante los años que hicieron parte de la recta final para la culminación de Errancias, Sebastián se unió a la Fundación Qilqay, una organización dedicada al fomento de la literatura, la lectura y la escritura en Nariño. Gracias a esto, se fortaleció el amor que para este momento, Sebastián había desarrollado por el mundo de los libros. “Si hay algo bello que me haya podido pasar en la vida, es ir a la Fundación Qilqay. Que eso ha sido como entender responsablemente los procesos, entender cómo se hace algo, como también vivir de la cultura y del arte, que no es tan fácil” resalta.
La ciudad, San Juan de Pasto, un lugar que afianzó los pensamientos de Sebastián, lo convirtió, le dio la oportunidad de vivir experiencias únicas las cuales atesora con gratitud. Las sonrisas, la tragedia conformaron su personalidad, concluyeron años de momentos en una obra que, más allá de presentar una idea, reflejan su evolución como escritor. Laura Arias, en La Ciudad Imaginaria, la define como “espacio propicio para el sufrimiento trágico, está habitada por la contradicción, lo irresuelto (e irresoluble) y por la criatura política del sentimiento trágico”, al igual que Sebastián pensó la escritura de su libro, uno en el que la naturaleza del ser humano se viera expuesta, donde el fallo se convierte en el eje central de cada uno de los personajes.
Nuestro entorno representa algo más allá de grandes montañas amuralladas que existen para preservar la cuna de poesía que se ha fortalecido con los años gracias a múltiples poetas que han dado su vida para poder ver renacer una escena que tenía el potencial de elevarse a niveles más allá de los territoriales. Hay que adentrarnos en las profundidades de nuestras tierras, ahondando en las cicatrices de algunas cloacas donde pocos temerarios se atreven a indagar para descubrir las distintas escenas que se gestan en las manos de pequeños artistas y poetas que llevan el legado de los literatos que apostaron todo por esta ciudad sorpresa. Sebastián es un ejemplo de que se puede aportar a la ciudad desde los pequeños espacios en los que extendemos nuestros pensamientos y derramamos un poco de nuestro ser, impregnando las calles de un monocromo especial que se mezcla los pigmentos de cada uno de sus rincones, devolviéndole a su región el don de sus raíces que alguna vez les otorgó.
Alexis Uscátegui, doctor en Literatura y docente de la universidad de Nariño, nos contó sobre su experiencia poética en Pasto. “En mi escritura poética yo me apoyo de la ciudad de pasto como un lugar embrionario que me permitió la posibilidad de estar en un lugar en el que cada pastuso hemos sido abrazados por las montañas y ese es un imaginario muy bello, desde las culturas prehispánicas y andinas, en el cómo las montañas nos han acogido”, dijo Alexis.
Retomando palabras de Luís García: “más que un tema o un motivo o un escenario, algunas ciudades son en sí mismas un género literario, un espacio simbólico sobre el que el autor proyecta su memoria y reescribe su propia vida”. A pesar de que la travesía de Sebastián por encontrar su propósito se remonta hasta su natal Ipiales, los pasos que marcaron y asentaron las bases del hombre que es hoy, se dieron gracias a su cambió de ambiente, y su llegada a la ciudad de Pasto. Tanto su visión, como su entorno, las personas que conoció, las experiencias que vivió, y las anécdotas que forjaron su carácter literario se originaron en la capital nariñense.
