Por: Juliana Reina Ayala | Arte: Arantxa M. Parra
Ana, la mamá de Fabián, en 2015, inscribió a su hijo mayor en una academia de artes marciales mixtas, para que “matara el tiempo”. Y con el tiempo, las artes marciales, lo mataron.
Juan Felipe es el hermano menor de Fabián. Fue él quien empezó a cambiarle el nombre. Primero lo llamó Jaz. Luego, su familia le decía Jacito. Pero fue en la academia de artes marciales mixtas “Equipo superior MMA” que lo bautizaron como “indomable”.
Su familia se dio cuenta de que Fabián era muy bueno practicando jiu jitsu, arte marcial japonés basado en la defensa personal. Por eso continúo entrenando. “Le fue gustando y como los entrenadores miraron que era muy bueno, entonces se quedó”, dijo Melissa, su hermana.
Foto: Aranza Mariel Parra
Yo me lo encontré en 2019, en Pasto. No recuerdo el mes, pero ahí estaba Fabián. Lo vi pasar por la calle destapada de la Manzana 20 del barrio Sumatambo. Lo que no sabía era que esa iba a ser la última vez que lo vería así, caminando con la libertad de mover el cuerpo, alto y delgado, piel trigueña, cabello levantado con gel en la parte frontal de su cabeza; dientes blancos, bella sonrisa.
Fabián era estudiante de cuarto semestre de fisioterapia en la Universidad Mariana. Tenía 21 años. Sus compañeros de la universidad lo recuerdan como el chistoso del salón. Les gustaba compartir tiempo con él. Disfrutaban escucharlo cantar y tocar la guitarra cuando salían juntos.
En octubre de 2019, Fabián representó a Colombia en los torneos de artes marciales mixtas, MMA 2019, en Loja, Ecuador. Jaz tuvo la pelea el 19 de octubre.
Según Felipe y los compañeros de Fabián, Jaz iba muy bien en la pelea. Fabián se destacaba en los combates por aplicar “llaves”, que son agarres dolorosos que hacen que el contrincante se rinda rápidamente. Justamente Fabián tenía al contrincante en el suelo agarrándolo con las piernas para hacerle la llave, pero su rival no se dejó. Esto permitió que su oponente tomará ventaja sobre Fabián golpeándolo repetidamente en el rostro. Uno de esos “puños martillo”, conocido así en los deportes de combate, golpea fuertemente la mandíbula de Fabián. La zona en la que Fabián fue golpeado “es un lugar donde normalmente los knock outs son más severos” dijo Felipe.
El knock out hace que el cerebro se golpee contra el cráneo haciendo que la persona reaccione de dos formas: se desmaye y no pase nada más o que el sistema nervioso de alguna manera se reinicie y al hacer esto, reinicia todo: deja apagado todo sistema. Entonces el corazón deja de latir. Y eso fue lo que le ocurrió a Jaz.
El día de la pelea, el 19 de octubre de 2019, la familia de Fabián se encontraba en Pasto, no en Loja. Sin embargo, la pelea fue transmitida en vivo por medio de Facebook Live, por lo que al finalizar el encuentro el vídeo quedó guardado en la página, pero la única persona que alcanzó a ver el vídeo de la pelea, después de haber sido borrado, fue Juan Felipe. Quienes sí estuvieron presentes fueron los compañeros de combate de Fabián y su entrenador.
El knock out hace que el cerebro se golpee contra el cráneo haciendo que la persona reaccione de dos formas: se desmaye y no pase nada más o que el sistema nervioso de alguna manera se reinicie y al hacer esto, reinicia todo: deja apagado todo sistema. Entonces el corazón deja de latir. Y eso fue lo que le ocurrió a Jaz.
Foto: Aranza Mariel Parra
Juan Felipe me cuenta que, cuando su hermano quedó en el suelo por el golpe, las personas que se encontraban ahí se alarmaron y lo socorrieron mientras llegaba una ambulancia. Bajaron la camilla que tenían en el lugar del evento y lo subieron en ella.
La ambulancia tardó en llegar. El lugar del evento quedaba lejos del hospital y durante el viaje lo intentaron reanimar, sin ninguna respuesta.
—Que Fabián no haya reaccionado en esos minutos que estuvo en la ambulancia camino al hospital implicó una repercusión significativa en la parte neurológica. Expresa Juan Felipe, desde sus conocimientos de fisioterapia. Menciona que esa espera en el cuerpo “se traduce a la falta de oxígeno al cerebro y con ello los nutrientes que necesita”. —El hecho de que perdiera neuronas y hayan pasado cinco minutos es para que la persona tenga daños neurológicos permanentes. Veinte minutos o más, ¡imagínate el daño!—. Dice Felipe, mirando un punto fijo y negando con la cabeza.
Fue el 9 de septiembre de 2021 que hablé con Melissa en la casa de su familia, en la habitación que había sido de Fabián. Ahí había una camilla de las que se usan en los hospitales y que ocupaba la mitad del espacio. Era bastante grande. Al costado derecho de la camilla había cilindros de oxígeno porque Fabián tenía dificultad para respirar por sí mismo.
Aquella vez, Melissa me dijo que su relación con sus hermanos era como la de la mayoría de las familias, que peleaban, que discutían y luego se arreglaban jugando. Me dijo también que Ana, su mamá, desde muy pequeña le enseñó a cuidar de sus hermanos. Por eso ellos le decían que era su segunda mamá. “Nos gustaba jugar a las luchas. Las veíamos mucho cuando éramos chiquitos”, dijo Melissa.
—Había avanzado en su recuperación y eso médicamente no era posible. La lógica es que, si Fabián tenía tal daño neurológico, no podía hacer eso. (…) Los médicos nunca se pudieron explicar por qué Fabián estaba así.
Melissa recuerda la primera vez que vio a Fabián en un combate de jiu jitsu. No recuerda muy bien el año, cree que fue en 2017, en el colegio INEM. Antes de que Fabián subiera al octágono, el escenario de combate, hubo otras peleas. Melissa las vio todas. “Cuando entró él a pelear, para mí fue bien traumático, la verdad. Para mí fue duro”, dijo Melissa. Le costaba comprender por qué Fabián seguía con la idea de seguir peleando. Veía cómo se golpeaban en el octágono. Se le hacía ver a Fabián en esa situación, golpeando y siendo golpeado por su adversario. Le dolía pensar que maltrataran a su hermano. No quería que lo golpearan, pero sobre todo, que no lo hicieran en la cara. En algunas ocasiones le había dicho a Fabián que era lindo y temía que de un golpe le pudieran quitar esa belleza. “Él llegaba con los ojos y las piernas moradas”, decía Melissa.
Eso me lo contó en la habitación en la que estábamos. En ese momento entró Matías, el hijo de Melissa, tenía 6 años en ese momento. Arriba del sofá donde estaban sentados, colgaba una fotografía enmarcada y a color de Fabián. En ella, tiene un traje negro, una camisa blanca y corbata azul. Está sonriente. Su rostro se veía suave y joven. No me lo imaginé golpeado como muchas veces se lo imaginó Melissa.
El mismo día en el que hablé con Melissa, me encontré con Juan Felipe, hermano menor de Fabián.
Cuando Juan Felipe era pequeño, le encantaba jugar a las peleas con Fabián. Incluso Melissa también jugaba con ellos. Juan Felipe apreciaba mucho a su hermano. No eran tan unidos. En su niñez sí, pero cuando Felipe creció, no, aunque siempre lo admiró y lo apoyó.
“Éramos muy buenos”, dijo Felipe, haciendo referencia a aquellos tiempos en los que entrenaban juntos jiu jitsu. Felipe recuerda que, en cada pelea su hermano se destacaba. En 2017, Juan Felipe y Fabián, compartían más tiempo y hablaban seguido. Además, recuerda lo luchador que era su hermano, no solo en el jiu jitsu, sino en la vida. “No había ningún otro peleador que se le pareciera”, dijo Juan Felipe. Él asistía a las peleas en las que iba a combatir su hermano, cuenta que, fuera con boletas o sin boletas, ingresaba a los lugares donde los combates de jiu jitsu eran organizados.
Fabián siempre contó con su familia; Felipe comenta que su hermano, tenía un estilo propio para dar apertura al combate cuando entraba al octágono. “Subía las gradas y apenas entraba daba un giro, como un rollito en el piso, después quedaba acostado y se impulsaba haciendo un arco para volverse a parar con el impulso de los brazos”. Se hacía notar apenas llegaba a pelear. “Era épica. Él era un show” dijo Felipe.
En Loja, el mismo día de la pelea, Jaz fue llevado al hospital Isidro Ayora, permaneció allí un mes. Se dictaminó que Fabián había sufrido una hipoxia cerebral.
La familia de Fabián quería que regresará a casa lo antes posible. Y Sebastián, ahora esposo de Melissa, a través de sus contactos familiares, logró que la Fuerza Aérea, el 24 de noviembre de 2019, llevara a Pasto a Fabián.
Cuando finalmente se encontró en Pasto, a Fabián lo internaron en la clínica Proinsalud. El accidente de Fabián llevó a que la familia Hurtado Insuasty se uniera cada vez más. El cuidado que le brindaron a Fabián fue de cada integrante de la familia, sin excepción.
“Gracias a él, hoy puedo decir que mi vida tomó rumbo. Fabián cambió mi vida en todo sentido… Él ha sido un maestro para mí” dijo Felipe al recordar que, debido a las terapias que le hacían a su hermano, Felipe aprendió a realizarle las terapias por sí mismo y así fue como encontró su profesión.
La expectativa de mejora de Jaz, por parte de la familia Hurtado Insuasty, se expandía cada vez más.
—Había avanzado en su recuperación y eso médicamente no era posible. La lógica es que, si Fabián tenía tal daño neurológico, no podía hacer eso. (…) Los médicos nunca se pudieron explicar por qué Fabián estaba así.
Sin embargo, fue un año y ocho meses lo que duró el combate entre la vida y la muerte de Jaz. El 26 de agosto de 2021, alrededor de las ocho de la noche, Fabián había fallecido.
Ciertamente Fabián sufrió una hipoxia cerebral, que es la falta de oxígeno en el cerebro por un paro cardiaco o un paro respiratorio. Al momento de la reanimación lograron estabilizar su cuerpo. No obstante, ya no fue posible recuperarlo del todo. Tras el apoyo de su familia y amigos más cercanos nunca le faltó nada. Las atenciones eran constantes y así fueron hasta el último momento.
Posterior a su muerte. El 10 de junio de 2022, el programa de Fisioterapia de la Universidad Mariana, realizó “la entrega de batas”, una ceremonia en la que a cada estudiante, que está próximo a graduarse, se le entrega una bata y un broche con su nombre y profesión. Ese día fueron invitados los familiares de Fabián. Ana, mamá de Fabián y Juan Felipe, hermano menor, recibieron la bata, el broche y la conmemoración de Fabián por parte de los compañeros de él.
Creo que las últimas personas que se despidieron de él, fuimos mi mamá y yo. Fue una casualidad de la vida. Precisamente ese día había paro. Mi mamá salió a marchar con los del sindicato y se lo encontró. Yo también iba por donde estaban. Pero el hecho de que no fuéramos tan unidos hizo que no hablara nada con él. Incluso mi mamá fue la que me dijo —vea Felipe, despídase de su hermano—. Yo le dije: —hablamos—; mientras lo miraba. Fabián se volteó, me quedo mirando, levantó la mano y se fue.
«Uno cree que todo lo tiene asegurado…» (Hurtado, J).