Por: María Camila Moncayo Saldaña y Sara Yuliana Mejía Paredes | Arte: Cristian Camilo Maigual y Angie Nataly Bernal
EL ENCUENTRO
Felipe Andrés Recalde Mosquera tiene 28 años. Es un arquitecto introvertido, honesto, sensible, perseverante y perfeccionista. Escogió su profesión porque, según él, es muy afín a su identidad, a su orden, a su precisión y a su pasión por ser detallista. Tiene una conexión inexplicable con el arte, tiene un amor profundo por la comida, por estar en compañía de su perrita llamada Roma, también tiene un gusto por viajar y recorrer nuevos lugares.
El miércoles 6 de noviembre de 2024 en Pasto, el sol se escondía detrás de la neblina. Las calles parecían un símbolo de silencio y protección en las faldas del volcán Galeras. Cuando llegamos a la casa de Felipe en la avenida Los Estudiantes, nos recibió él mismo y nos invitó a entrar a su apartamento. Antes de entrar, en una especie de pasillo, nos topamos con un espejo enorme que cubría casi toda una pared. Allí, nos fue imposible no mirarnos. Luego, ya dentro, notamos que la sala estaba muy organizada. Había una jaula vacía, un barco de cerámica en la mesa de centro y una escultura negra del rostro de un hombre, entre otras cosas. Nosotras conocíamos algo de la historia de Felipe, y al verlo reflejado en el espejo, nos dio la impresión de ver ahí también su alma distorsionada. Desde su infancia, Felipe padece de un Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA), lo que lo ha llevado a distorsionar la forma en que se ve a sí mismo, especialmente en lo relacionado con la comida, su peso, su imagen corporal y su capacidad para controlarlo.
Por eso, al ver su cuerpo en el espejo, también creímos ver números que daban cuenta de su peso, de las calorías, de las cifras con las que ha tenido que lidiar a diario. Y miedos. La suya, para nosotras, era una imagen construida por voces que retumbaban en su corazón y en su mente, que daban cuenta de las presiones sociales, de esa especie de cadena que lo ata a un modelo impuesto de perfección.
Felipe, muy amablemente, nos pidió que la entrevista fuera en su sala. Antes de iniciar la conversación, estábamos nerviosas. Había pasado un mes que no teníamos contacto con él y no sabíamos cómo estaba transcurriendo su vida. ¿Cómo has estado?, le preguntamos. “Los últimos días me he sentido muy bien”, nos dijo. También nos contó que visitó a su abuela y que, como nunca antes, disfrutó mucho del almuerzo. Nos contó que después de un año regresó al gimnasio. Mientras hablábamos, Roma, su cachorrita de raza Yorki, que según él es su más fiel compañera, amiga y su más grande apoyo, rasguñaba desesperadamente la puerta interrumpiendo nuestra conversación.

INFANCIA
Desde sus primeros años en la escuela primaria, Felipe tuvo síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Este trastorno se presentó en conductas repetitivas que lo obligaban, por ejemplo, a verificar si había alistado sus cuadernos y materiales para el colegio. Esta necesidad de certeza lo llevó a realizar los mismos rituales de comprobación, es decir, a repetir la misma acción muchas veces. Él lo hacía entre 10 y 20 veces para sentirse tranquilo, pero eso afectaba su concentración y aumentaba su ansiedad.
Según la página web de la Asociación MA Psicólogos Oviedo, especialistas en terapia para niños y adolescentes, en su artículo La Importancia de la Infancia en la Vida Adulta, la infancia deja una marca profunda en cada uno de nosotros, especialmente en cómo nos conectamos con nuestra familia. Dice el texto que es en esos primeros años cuando se forjan los lazos más importantes que nos acompañan toda la vida y que son la base de nuestro aprendizaje y crecimiento emocional.
Desde pequeño, aprendió que no había lugar para los errores. No se sentía como los demás, no se divertía como otros niños. Su vida se movía al ritmo de una lista interminable de expectativas que por más que cumpliera, nunca parecían ser suficientes para sus padres. Lo que importaba para ellos eran las notas. No podía sacar menos de 5 en los exámenes. Así, Felipe no llegaba a casa como algunos niños a su edad: corriendo, gritando, saltando de felicidad. Él debía estar limpio, impecable, rígido, sin rasguños y sin manchas.
Felipe nos contó que los miedos le hicieron subir de peso. Comía descontroladamente y eso le daba la impresión de protegerse, como si tuviera un escudo frente a las exigencias que se le hacían en su hogar. Así, vio afectada su percepción personal y su autoestima, intensificando la ansiedad relacionada con su imagen corporal. Una voz interior a diario le susurraba: «Así debes ser». Le imponía reglas que le hacían creer que la felicidad se encontraba en un molde, en una vida perfecta, llena de normas y preceptos.

EL MODELAJE Y LAS PRESIONES ESTÉTICAS
Al graduarse del colegio, Felipe decidió probar suerte en el mundo del modelaje. Sin embargo, el entorno de la moda y las agencias impusieron estándares estéticos que requerían de una pérdida de peso en un tiempo muy corto. Así, adoptó un estilo de vida extremadamente estricto que incluía una dieta rigurosa y un programa de ejercicios. Tiempo después, Felipe ya no sólo tenía TOC, sino que desencadenó un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA). Según la página web de la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia, los TCA son enfermedades psicológicas que afectan los hábitos alimenticios y que están relacionados con una preocupación excesiva por el peso y la imagen corporal. Estos trastornos están estrechamente relacionados con la distorsión de la imagen corporal ya que, como afirma el psicólogo Thomas Cash en su libro Body Image, esta mala percepción se asocia frecuentemente con una insatisfacción profunda que puede derivar en conductas desadaptativas como la restricción alimentaria y la purga. Este fenómeno se ve influenciado por factores culturales relacionados con estándares de belleza promovidos, por ejemplo, por algunos medios de comunicación que influyen negativamente en la autoestima.
Para Felipe, esta búsqueda lo llevó a perder aproximadamente 17 kilos y marcó el comienzo de una relación insana con la alimentación. Con el tiempo, disminuyó sus porciones de comida hasta llegar a un punto en el que comía una vez al día. Incluso, dejó de consumir pizza, su comida favorita.

ACEPTACIÓN Y MASCULINIDAD HEGEMÓNICA
“En un principio tal vez me dio miedo decirle a mi familia porque un niño con esas cosas ni siquiera está bien informado. Sin embargo, ellos se daban cuenta de mis acciones cuestionables y lo vincularon con el hecho de ser cansón y mañoso. Lo normalizaron por mucho tiempo”, dijo Felipe.
Él estaba confundido. Quería aceptar que estaba perdido y buscaba reencontrarse. Vivía en una falsa libertad y con una voz que le decía que debía ser perfecto. De esa manera decidió atenderse con un psiquiatra y una nutricionista para recuperarse del TCA. Al principio, cada paso era un pequeño triunfo, pero también un desafío constante para aceptarse a sí mismo.
La prima de su pareja le dijo en una oportunidad que lo veía descuidado, refiriéndose a su aspecto físico. Eso lo llevó a tener pensamientos repetitivos que le decían que tenía que bajar de peso. “Eso me consumió”, dijo Felipe. A veces, antes de almorzar con su familia, llegaban a su mente frases como “no puedo comer”. Primero pensaba cosas, y luego las hacía. Tenía que lidiar con una especie de guerra silenciosa consigo mismo.

RETORNO A LA ACTIVIDAD FÍSICA
Todo marchaba bien, o al menos eso pensábamos. Creímos que Felipe estaba atravesando por un triunfo inicial al recuperar 2 kilos en un mes. Parecía que las batallas contra los pensamientos intrusivos estaban dando buenos resultados. Por un momento nos dio tranquilidad hasta que nos comentó que regresó al gimnasio para bajar el peso que había recuperado. Esos viejos patrones en él siguen resurgiendo. Es como si se hubiera accionado un interruptor y hubiera vuelto a estar en las garras de su trastorno alimenticio. Esto, según Vanessa Mateus, nutricionista y especialista en TCA, ocurre porque el ejercicio compulsivo puede desencadenar patrones de restricción en la comida.
Según la psiquiatra Mónica de la Barrera, en el sitio web de la Revista Médica de Chile, los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) afectan principalmente en un 90% a 95% a mujeres jóvenes, lo que no minimiza tampoco la importancia de los TCA en hombres. Realizando este trabajo nos dimos cuenta de que existe poca información y cifras en Colombia sobre este tema, lo que limita su comprensión y el apoyo necesario. La falta de estos datos no solo son un indicador de que no ha existido un interés por este tipo de investigaciones en estos temas, sino también que son una muestra de que se sigue desatendiendo este tipo de enfermedades en hombres, y logrando que además permanezca el estigma sobre los trastornos alimenticios. Generalmente se cree que estos trastornos son “problemas de mujeres” y eso obstaculiza la búsqueda de apoyo profesional, creando un miedo a expresar cómo se están sintiendo los hombres que padecen estas patologías.
Felipe quiere ser libre, auténtico, y sigue revelándose ante sus miedos, aunque a veces los siga viendo como monstruos voraces que a menudo lo atormentan, le bajan su autoestima, su confianza, su paz, y le impiden disfrutar de lo simple. Él se juzga, sin piedad. Actualmente, pasa su semana evitando ciertos alimentos, volviéndose dependiente de un día específico para poder comer a gusto en un fin de semana. A pesar de esta lucha constante, su valentía y perseverancia son inspiradoras. Felipe aún se encuentra en medio de este camino, buscando formas de romper este ciclo y recuperar el control de su vida.

