Comunicación Social | Universidad Mariana | ISSN- 2981-3832
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LAS TARDES QUE LLUEVEN MAÍZ
LAS TARDES QUE LLUEVEN MAÍZ

Pese a que apenas el 5 de julio del año pasado, la plenaria de la Cámara de Representantes aprobó el Acto Legislativo número 1 de 2023 que reconoce a los campesinos del país como sujetos de derechos y de especial protección. El caso de Alfonso Muñoz, es una muestra viva de lo que significa ser un campesino en el territorio. Nacido en el municipio de Nariño, en el departamento del mismo nombre, dedicó la vida entera a labrar y sembrar maíz en el campo. Su amplio legado y su conocimiento, muestran que ser campesino va más allá de un empleo, y es, sobre todo, una forma de vivir. 

Alfonso salía de casa, se persignaba, se encomendaba al Sagrado Corazón de Jesús y empezaba su jornada. Para él, ir con Dios le aseguraba tener un día mucho más productivo. Trabajaba como jornalero. Se demoraba 15 minutos desde su casa hasta el terreno sembrado de maíz en donde trabaja. Y una vez en el lugar, abría las puertas de madera y atadas con alambre de púa. Dejaba las puertas abiertas para que “las plantas se sientan en paz”, como él mismo decía. Estaba seguro de que tener cerrados los broches de las puertas aprisionaba a las plantas y nos les permitía abrir las hojas libremente. 

Alfonso, muy temprano en la mañana, alistaba todas las cosas que utilizaría en la jornada de trabajo del día siguiente. Él decía que tenía dos compañeros fieles: el machete, al que consentía afilándolo cada noche después del buen trabajo, y el café, su otro amigo inseparable. 

Una vez realizada esa tarea, revisaba cada una de las cañas de maíz. Se fijaba que no tuvieran imperfecciones, que no estuvieran rotas en la parte inferior y que no hayan sido maltratadas por los animales de la zona, o incluso, que no hayan sido víctimas de robo. Después, seleccionaba el maíz que estaba en el punto exacto para la cosecha. Así, señalaba las plantas doblando la punta de las hojas para que fueran cortados por algunos compañeros. Además, se recolectaban las hojas cuando se requería el alimento para los cuyes. Eran las mujeres quienes las llevaban a sus casas, las ponían a secar y cuando no se las daban como alimento a los animales, se guardaban para utilizarlas después como abono orgánico. 

Una de las costumbres que perduran con el tiempo y que permiten la integración y el refuerzo de lazo de amistad entre compañeros de trabajo y que se rompa esa barrera de poder entre los patrones y sus trabajadores, es la comida. Los patrones, además del pago por las labores, se comprometen a brindar los alimentos a sus trabajadores: desayuno, almuerzo, merienda y cena. La merienda está compuesta por plátanos maduros y papas fritas, arroz, huevo frito y el infaltable “cafecito”, servido en botellas de plástico. Alfonso decía que jamás se aburriría de comer eso todos los días, ya que “es lo mejor y lo más rico de todo el mundo”. 

En esos momentos, los trabajadores intercambian saberes e historias y quiebran los vínculos del desconocimiento para convertirlos en amistades. Y desde esas amistades, se pasa a la hermandad, esa relación profunda que refuerza el sentimiento de pertenencia al campesinado y que permite la formación de comunidades. 

Durante los descansos de entre 10 y 15 minutos que les permitían en los momentos de alimentación, Alfonso y sus compañeros se conversaban bajo la sombra de los árboles, hablaban de sus experiencias en el diario vivir en esos instantes hablaban también de la importancia de la preservación de la naturaleza. 

Alfonso y sus compañeros, recibían entre los 25 y 30 mil pesos por día de trabajo. Él no consideraba que fuera explotado por los patrones ya que, además del dinero, recibían buen trato y él agradecía los lazos que creó y las relaciones de amistad que nacieron en sus jornadas de trabajo. De todas maneras, sí reconocía que el trabajo del campo era menospreciado por aquellos que no conocen ni saben la situación del campo y por personas que viven en la ciudad y que en muchas ocasiones los catalogan peyorativamente como “brutos” por trabajar arduas horas en labores que en la mayoría requieren de esfuerzo físico a cambio de tan poca compensación monetaria. 

Si bien el diálogo en estos descansos para alimentarse crea lazos, la música compañera fiel e inseparable en las labores crea un puente más particular entre compañeros que comparten  gustos afines. Por eso, para Alfonso y sus amigos, no podía faltar la música de El Trío  Fronterizo, agrupación de música campesina del departamento de Nariño, que los llenaba  de alegría y que a Alfonso lo ponía nostálgico porque le recordaba su juventud, y sobre todo, sus amores. 

II 

Aunque pudiera pensarse que la siembra y la cosecha del maíz es un asunto de hombres, las mujeres juegan un papel muy importante en este proceso. Ellas son quienes llevan el maíz cosechado a los lugares de almacenamiento, y las mujeres de las familias de los propietarios son las encargadas de la selección de la semilla para el ciclo productivo. 

Además de desgranar las mazorcas, escogen específicamente los granos. Ellas son las responsables de distribuir y asegurar los beneficios de la cosecha. Con la comercialización del maíz, la mujer garantiza ingresos para la obtención de productos de primera necesidad. Ocasionalmente, se dan casos de trueque de maíz por otros productos, o por semillas de maíz de otras variedades que se desean obtener para la próxima siembra. 

Las mujeres se preparan para la cosecha con la chicha, una bebida fermentada justamente de maíz. Inicialmente se muele una libra de maíz lo más delgado posible, para luego ser lavado en colador y la parte que pase el filtro es la que se aprovecha para la bebida, este es llamado como “chuya”. Luego se prepara el aguapanela tradicional para agregarle el chuya y tres hojas de congona para añadirle un toque de olor. Luego se espera que la bebida se enfríe para colocarla en galones plásticos y dejarla fermentar mínimo cuatro días para poder servir.

III 

Las cosechas, son los puntos de mayor integración social. En esos momentos se puede observar la convivencia de una comunidad unida por un fruto de la tierra. El año de trabajo se celebra principalmente tomando chicha. Por los componentes dulces de la chicha aparecen inevitablemente mosquitos. Por eso prenden fogatas, para ahuyentarlos, y esas labores ayudan a la unión y a las charlas propias de los campesinos. 

Para Alfonso, los atardeceres tenían un gran significado. Cuando los colores naranja y violeta se posaban en el cielo de su tierra nariñense, según él, le estaban dando una señal para que agradezca todo el legado que había recibido de sus padres y abuelos que ya no estaban con él y que, entre otras cosas, le inculcaron la tradición de la siembra y el cultivo del maíz. Alfonso decía que las nubes se juntaban formando figuras algo deformes, pero que en su mente solo veía maíz, e incluso, decía que alguna vez llegó a imaginar que podía llover maíz. 

Nunca antes había entendido el significado profundo de ser campesino. Quizás porque veía campesinos todo el tiempo a mi lado. Quizás porque mi abuelo, Alfonso, era uno de ellos y, como muchas personas, pensaba que lo maravilloso siempre estaba lejos.  

Por eso quise saber más, y hablé con Luis Ignacio Muñoz, su amigo, con quien compartió  una gran conexión con la tierra y las tradiciones campesinas y quien es un campesino  reconocido por su generosidad y disposición para contribuir al desarrollo y bienestar de la  comunidad maicera del municipio de Nariño, y también con María Eugenia Ortega, su vecina, una mujer campesina que ha pasado toda su vida en las labores agrícolas, aprendiendo y transmitiendo las tradiciones familiares y que, además, es experta en la selección de semillas para siembra de maíz y en la elaboración de alimentos a base de maíz. Ellos me ayudaron a  encontrarle el sentido, no sólo a lo que implica ser campesino en Colombia, sino a  comprender que yo soy heredera de uno de ellos, una agrodescendiente, como dicen ahora.