Comunicación Social | Universidad Mariana | ISSN- 2981-3832
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RELATOS ENTRETEJIDOS
RELATOS ENTRETEJIDOS

30 de abril de 2024

En el municipio de Sandoná, ubicado en la Zona Andina Central del departamento de Nariño, además del sector agropecuario y turístico, sobresale el sector artesanal. Allí, muchas mujeres se dedican a la realización y comercialización de artesanías en Paja Toquilla. A pesar de ser una práctica cultural milenaria, al día de hoy, las dificultades económicas de las artesanas y la falta de un relevo generacional, entre otras causas, han puesto en riesgo la conservación del tejido de artesanías. 

Anita Bravo, una gestora cultural nariñense que actualmente vive en París, nos habló del tema. “Hay que trabajar con las tejedoras de paja toquilla de Sandoná. Si no hace algo pronto, el tejido se puede perder”, nos dijo. Entonces, el miércoles 18 de mayo en la mañana, Toño y yo, viajamos 48 kilómetros desde Pasto y llegamos a Sandoná. Antes habíamos ido a disfrutar del clima y de la gastronomía del municipio nariñense, pero esta vez queríamos hablar con artesanas de la paja toquilla para comprender si el riesgo de la pérdida de la práctica cultural del tejido era real.

Habíamos escuchado que algunas mujeres de Sandoná tejían, y eran madres. Y eran esposas. Primero, porque necesitaban ingresos económicos para sus familias, y segundo, porque, en algunos casos, no podían dejar de hacerlo, que algo las impulsaba, más allá de lo económico: una herencia familiar, una tradición que se les metió en las venas. Habíamos escuchado que uno las podía ver fuera o dentro de sus casas, sentadas frente a las ruecas (esos soportes de madera, con tres patas), como haciendo malabares con sus manos. Pero que no eran malabares, escuchamos. Que eran movimientos que iban entrelazando las fibras de la iraca (como también se le llama a la paja toquilla), para dar forma, en principio, a una especie de figuras informes que poco a poco se iban transformando en sombreros, abanicos, bolsos, pesebres, tapetes, paneros e individuales, entre otros.

La camioneta de servicio público nos dejó en la plaza del pueblo a las 10:00 a.m. Allí nos deslumbró la iglesia, una catedral gótica, realizada en piedra que tiene en el altar el Cristo más grande de Latinoamérica hecho en madera por el maestro pastuso Alfonso Zambrano Payán. No conocíamos a nadie en Sandoná. Entonces caminamos por el costado derecho del parque y en una pequeña tienda vimos unos sombreros y unos bolsos al lado de unas latas de cerveza artesanal Castiza, propia de ese lugar. 

-¿Aquí tejen las artesanías?, le preguntamos a la chica que atendía.

-No, aquí sólo las vendemos, nos respondió.

-¿En dónde podemos encontrar a una artesana?

-Allí, en la calle de los sombreros, nos dijo, y nos indicó que dobláramos la esquina hacia el norte.

A medida que íbamos avanzando, veíamos más y más tiendas de artesanías, y por fin, después de dos rechazos para hablar con nosotros, llegamos a donde la señora Lilian Rosero. 

– Estoy ocupada, pero si me esperan un momento, los puedo atender, nos dijo. 

-¿Dónde podemos encontrar a una artesana?

-En Belén viven algunas, nos dijo. Y nos indicó cómo llegar.

-Sigan derecho hasta que miren unas gradas altas de colores. Suben esas gradas y allí es el barrio Belén.

Salimos del almacén de Lilian y nos fuimos al barrio Belén, en la parte alta de Sandoná.

Allí, las calles son menos transitadas. Allí, los cogollos de paja toquilla recién tinturados que se secan al sol visten de diferentes tonos de azul a la cuadra, desde el más claro hasta el más oscuro. Eso cambia la atmósfera del sitio. Un poco más al fondo, había una cascada, y mujeres lavando ropa en albercas que aprovechan el agua en ese sitio. Y justo unos metros antes de llegar a esa cascada, en una casa esquinera de color violeta con las puertas abiertas, se encontraba Oneira Meneses, una mujer de ojos claros y cabello rubio. En ese momento estaba tejiendo con su hija menor: Oneira, bolas de Navidad, y su hija, aretes. 

La saludamos desde afuera y le preguntamos si podíamos hablar con ella. 

–Sigan, sigan, aquí nos acomodamos, nos dijo. 

– ¿A qué precio vende cada bola de Navidad?, le preguntamos.

-A dos mil quinientos pesos cada una, nos dijo. Y continuó:

– “Las de abajo” las venden más caras.

Con “las de abajo”, se refería a las vendedoras de las tiendas del barrio San Francisco.

Oneira aprendió a tejer a los 13 años. También, como en el caso de María y de Lilian, lo del tejido se lo enseñó su madre. Cuando ella era pequeña, se peleaba con sus hermanas por el puesto para tejer más cercano a la puerta. Ese lugar era privilegiado por la entrada de la luz. Will, el compañero de Oneira contó que, desde pequeño tiene la imagen de las tejedoras siempre caminando desde las veredas hacia Sandoná a vender sus artesanías. Dijo que, para él, las artesanas, nunca han sido reconocidas como se merecen y que los precios que les pagan por sus productos son muy injustos.

-Las de arriba, nunca hemos recibido una ayuda del gobierno. Las que reciben ayudas son las de siempre, es decir, las de abajo, dijo Oneira. 

Luego volvimos a donde Lilian. Le preguntamos si ella era encargada de realizar todas las artesanías en su tienda.

-Algunas sí, pero la mayoría las hacen las niñas de la COOFA. Ellas vienen, les explicamos cómo deben hacer y ellas aprenden, y de paso, tienen trabajito, nos dijo.

Ella es fundadora y administradora de la Cooperativa Femenina Artesanal COOFA. Vive en el barrio San Francisco, sobre la carrera cuarta, quizás la vía en donde más tiendas de artesanías hay en ese municipio nariñense. Ella cuenta que, en su niñez, cuando tejía, su abuela tostaba café y que ese olor se impregnaba en cada rincón de su hogar. Ya en horas de la noche, su madre, Clemencia, su papá Lucas, y su abuela Rosa, le contaban historias de terror. Eso le daba mucho miedo y hasta ahora cree que era una estrategia de ellos para que no se vaya a dormir y continúe tejiendo. Entre las historias que le contaban, están: los niños embrujados, la leyenda del duende de La Chorrera, La monja voladora y El toro de la peña blanca. 

En esas jornadas, Lilian fue aprendiendo de su madre diferentes clases de tejido, como el tejido araña, el tejido granizo, caracol, gallineto común, ventilado, rombos, espumilla, panes, rollo, galleteado, telar, pupo quingos, entre otros. Algunos de estos tejidos fueron creados gracias a su contacto con la naturaleza. Por ejemplo, el tejido granizo, está relacionado con la lluvia que deja caer pequeñas bolas de hielo. Por eso, al realizar ese tejido, las pajas se van juntando de arriba hacia abajo, y si alguien pudiera ver a una artesana en esa labor, podría ver reflejada esa lluvia. 

Gracias al tejido, Lilian pudo conocer La Paz, Bolivia. Además, ha estado en diferentes ruedas de negocios realizadas en Cartagena y San Andrés, entre otros. Allí conoció el mar y no dudó en compararlo con el tejido a través de la inmensidad, la belleza, la calma y color.

María Stella Cabrera, es la fundadora del taller de diseños “María” desde hace más de dos décadas. Allí, aproximadamente unas ochenta mujeres no solo tejen artesanías, sino que también comparten conocimientos en un ambiente de armonía y determinación.

Su padre, José Faustino, un campesino que trabajaba como acarreador de caña de azúcar, le regaló una piedra cuando ella era muy joven. Esas piedras las usan para sostener la base del tejido sobre la rueca (un soporte de madera con tres patas sobre el que se sostiene el tejido en su proceso), y tienen un significado importante dentro del legado familiar. Faustino la encontró en el río Ingenio, el mismo del que sacaron las piedras para hacer la iglesia de Sandoná. María Stella siempre ha agradecido ese gesto, pero sueña también con heredar la piedra de su madre, Dolores Erazo.   

El taller no solo ha sido un espacio de tejido, sino también de enseñanza y colaboración familiar. Según María, las mujeres allí hacen una especie de catarsis cuando asisten al lugar, ya que, además de compañeras de trabajo, son amigas y confidentes, y hablan de muchos temas.

Nos contó que, incluso, muchas veces han querido explotarla laboralmente, pero ella ha luchado para defender sus derechos. Sobre todo, hubo un caso que la marcó: una diseñadora que quiso apropiarse de uno de sus diseños, y que la llevó al punto en que la Policía le decomisara algunos de sus productos.  

María Stella, como muchas mujeres de Sandoná, heredó la práctica del tejido de su madre, Lola. Ella es una importante líder que ha dejado un legado invaluable en su comunidad. Cuando la conocimos, tenía el cabello blanco. Aquella vez estaba en casa de María, tejiendo la base de un bolso. Cuando Lola era joven vivía en la vereda San Gabriel de Sandoná y poco a poco fue aprendiendo diferentes técnicas transmitidas por su madre, abuela de María, y de otras maestras tejedoras del sector. Según María, doña Lola, nació con el espíritu de enseñar. Muchas mujeres de la zona urbana y rural del municipio se le acercaban para aprender sus técnicas de tejido y algunos diseños innovadores. 

Según Artesanías de Colombia, de acuerdo con las crónicas y relatos del siglo XIX, se cuenta que esta tradición comenzó a consolidarse de la mano de personajes como ‘Don Juan Vivanco’, un ecuatoriano que dio a conocer el oficio hacia el año de 1847 en el municipio nariñense de La Unión, y de allí, se extendió a los territorios de Yacuanquer y Sandoná, entre otros. 

Lilian dice que el tejido está en riesgo porque la iraca cada vez escasea más. En Sandoná no hay cultivos de iraca y esa materia prima la llevan desde el vecino municipio de Linares. Además, habló de las incidencias del cambio climático en el cultivo de la iraca. Las sequías amenazan esos cultivos, y si no hay iraca, no hay artesanías, ni artesanas, ni legados, ni familias.  Por otro lado, los sombreros chinos también son una amenaza. Un sombrero sintético puede costar 10 veces menos que uno de iraca. Alguna vez, a María Stella, una persona interesada en un pedido le exigió que los tejidos debían ser perfectos, pero ella le dijo que, justamente son artesanías porque se hacen a mano, que no se producen en serie, con máquinas.

Oneira nos dijo que ahora las mujeres jóvenes ya no quieren tejer y prefieren lucir las artesanías a realizarlas. Insistió en el bajo precio que les pagan por ellas. María Stella coincide con Lilian en lo de la falta de materia prima. Además, para ella, el relevo generacional es cada vez más difícil. En el último mes sólo ha tenido un pedido de cuatro millones de pesos. En ese proyecto trabajaron 14 mujeres que, cada una, ganó trescientos mil pesos por mes. Lilian también habló de lo difícil de estos últimos meses. Dijo que las artesanas por su trabajo están ganando aproximadamente doscientos mil pesos mensuales. 

La tradición oral también es parte fundamental en la práctica del tejido porque genera un sentido de pertenencia y de continuidad. Las historias y las enseñanzas compartidas por estos grupos de mujeres en las noches en vela tejen un vínculo entre sus raíces culturales. Las maestras y las aprendices se convierten en guardianas de un conocimiento entre el pasado y el presente. 

María Stella tiene tres hijos: Sebastián, Didier y David, y todos saben tejer. Ella dijo que les enseñó porque no tiene un pedazo de tierra para que ellos trabajen la agricultura y que, por los pagos tan bajos en esa labor con otros patrones, prefería que le ayudaran a ella. En las últimas conversaciones que tuvimos con María, nos contó que en la pandemia algunas artesanas de Sandoná se empezaron a quedar sin iraca para hacer sus artesanías. Algunos campesinos de Linares, por el precio bajo de esa materia prima, empezaron a cambiar el cultivo de la iraca por el de la hoja de coca.

– ¿Cómo podíamos competir con el narcotráfico?, se preguntaba María.

Al día de hoy, Oneira Meneses, ha decidido no tejer más. No se sabe si próximamente cambie de opinión. José Faustino, padre de María, murió en mayo de 2023, y su madre, Dolores, ahora tiene un problema en los huesos que no ha sido descifrado. Hoy ya no teje. La última vez la vimos en una cama con dificultades para moverse.

Según María, ha habido y aún persisten algunos problemas de salud de tejedoras generados por su trabajo. Por ejemplo, el proceso de tinturado de la paja que antes se hacía con productos naturales como el achiote y otras plantas, desde hace un tiempo ha pasado a hacerse con productos químicos. Eso ha ocasionado, sobre todo, problemas en los pulmones de las tejedoras, e incluso, una amiga de ella murió por esa causa.  

Un bolso capazo Anagram grande en palma de iraca y piel de ternera como los que realizan las artesanas sandoneñas, en la página Loewe, la casa de moda española especializada en marroquinería, cuesta 5.860.000 COP, unos 1451 dólares americanos. A ellas, a las artesanas, esos bolsos, en Sandoná, se los pagan aproximadamente a 45.000 COP, unos 11 dólares americanos.