Por: Daniela Vallejo |Arte: Yubar Portilla
Tuve un momento. Un momento en el que fui feliz. Un momento en el que pude sonreír sin miedo. Un momento en el que pude explorar lo que nunca me había atrevido a explorar. Un momento en el que simplemente viví.
En realidad, agradezco que haya tenido un momento. Un momento de años, meses, días, horas y suspiros. Un fragmento de mi vida, sabio y eterno.
Tuve un momento, y tuve personas. Eran mi camino. Eran mis zapatos. Eran mis pies. Eran mis ojos. Eran mis pensamientos. Eran mi risa. Eran mi lugar seguro. Eran la piedra angular de mi estructura en desequilibrio.
Personas: un conjunto de luces dentro de un caos vacío. Un caos oscuro. Un caos extraño del que no se puede hablar, pero del que hablo. Personas que fueron mi todo, luces en mi exagerado todo gris. Personas brújulas. Personas brújulas irónicas.
Soy el caos. Y esas personas llenaron este caos. Sentía el vacío. ¿Por qué lo sentía? ¿Por qué lloraba en la soledad de mi habitación? ¿Por qué me culpaba por las decisiones de aquellas brújulas? ¿Por qué anhelaba que esas brújulas me mirasen cuando ni siquiera tenían ojos? ¿Por qué quería el abrazo de objetos sin brazos? ¿Por qué buscaba despertar emociones en entes sin ser? Mis respuestas solo son suposiciones.
Tal vez porque quería un apoyo. Tal vez porque quería una amistad real. Tal vez porque deseaba un amor de verdad. Tal vez porque pensaba que sería la primera opción de una brújula, por primera vez. Una brújula de las tantas que antes había sostenido entre mis manos. Tal vez porque quería ser y estar. Quería estar en el espacio. Quería ignorar el pasado. Quería ignorar el futuro. Quería vivir el presente, pero ¿siquiera existía ese presente? Tal vez no. Tal vez sí. Era creyente. Para este caos, las personas eran palpables. Estaban a mi lado. Eran reales.
Sentí terror. ¿Y si perdía mi realidad? ¿Y si no era acreedora de esa realidad?
Tan fuerte que la brújula se quebró. ¿Fue mi culpa? ¿O ya estaba rota? No lo sé. Tal vez siempre lo estuvo. Tal vez por eso se perdió el rumbo. Mi rumbo.
Me aferré con fuerza. Me aferré a esa realidad. Fuerte. Tan fuerte que mis manos ardían, pero poco importaba. Tan fuerte que la brújula se quebró. ¿Fue mi culpa? ¿O ya estaba rota? No lo sé. Tal vez siempre lo estuvo. Tal vez por eso se perdió el rumbo. Mi rumbo.
Mi realidad no fue real. Pero ¿y qué es lo real? Las preguntas continúan acumulándose en mi lista interminable de confusión. Y lo admito, tengo miedo. Lo admito, tengo rabia. Este caos se ha llenado de rencor. Este caos se ha llenado de venganza. Este caos desea un poco de karma. Y lo admito, soy puro nervio. Un manojo de nervios a merced de la crudeza, esa misma que se hace llamar vida.
Pero no los culpo. Después de cada palabra. Después de cada hecho. Después de cada sensación, no culpo a las personas. Les agradezco. Fueron un momento. El momento de momentos. Ese al que le llamo dolor.
Vuelvo a empezar. Continúo perdida. Tal vez más perdida de lo que estuve a su lado. Pero me reconforta. Aunque sea extraño, me consuela. Ahora existe un algo en el vacío: la certeza. Certeza de que llegará otra brújula. ¿Para qué buscar en el exterior lo que puedo encontrar en mi interior? En medio del torbellino oscuro y frío la encontraré. Y me guiará. Sé que me llevará por el camino debido. Será la brújula correcta. La brújula del caos. Ese caos al que puedo llamar «Yo».